Aquellas navidades se presentaban diferentes. Cuando le dijo Carlos a Sonia que había decidido trabajar en el extranjero, no imaginó lo duro que le resultaría el que su hijo no estuviera con ella por mucho tiempo. Al ver su cara de felicidad no podía dejarse llevar por sus miedos. Le habían dado aquella carrera que pagaron con duro esfuerzo y ahora le recompensaban. Le parecía injusto que tuviera que marchar tan lejos para poder desempeñar su trabajo. No quería aceptar que siendo un país tan avanzado como en el que estaban, no hubiera salida para su hijo. Cuando les dijo que quería estudiar dicha carrera, ella se echaba en ese momento en cara el que no le hubiera puesto trabas. Pero pensó que sería egoísta y que lo que importaba era que su hijo encontrara su camino. Todos los inicios son duros pensó, tal vez pasados unos año él pudiera volver a su tierra, pero tal y como se presentaba el asunto, Carlos lo veía casi imposible, al menos, de manera inmediata.
Sonia, mientras veía a su único hijo preparar la maleta, ya se imaginó cómo sería el resto de su vida. Encontraría a una chica americana de su agrado, la cual ella considerará como su propia hija, se irán a vivir juntos y al cabo de un par de años tendrían hijos, los cuales ella apenas vería. Su corazón cada vez se encogía más y más, pero no podía derramar ni una lágrima. Su hijo había conseguido aquello que muchos no habían llegado. Era uno de los mejores, y tenía que aprovechar su potencial.
No recordaba haberlo visto tan entusiasmado, con tantas ganas de vivir, luchar, aprender, ni con aquella bicicleta que le regalaron a los cinco años. Sus ojos brillaban de tal manera que contagiaba de alegría a cualquier persona que anduviera cerca de él, menos a su madre.
Por las noches Sonia se encerraba en su cocina, con la excusa de preparar la comida del día siguiente, y entre cazos y sartenes sus ojos se humedecían… “Es que he pelado cebollas” mentía a la única persona que sabía que era imposible ocultar nada, a esa persona que también el estómago le producía cosquilleo cada vez que sonaba el teléfono de casa y al otro lado del auricular Carlos le decía “Hola papa, ¿cómo estás?”
“Es un niño”… Ya había pasado un par de semanas desde la partida de Carlos y eran vísperas a la navidad. Sonia ojeaba sentada a los pies de la cama de su hijo un antiguo álbum de fotografías. No iba a ir a comer con su hermana como cada año, no se sentía con fuerzas. Era la primera vez que pasaba ese día sin la compañía de su hijo. Al rebuscar entre los cajones y el armario Sonia encontró aquel libro recordatorio. Eran sus primeras fotografías y no sabía cómo había ido a parar a esa habitación. Sus tapas estaban forradas en piel. Eran las primeras instantáneas de su hijo, debía de tenerlas guardadas en un lugar que durara para muchos años, envuelto en el mejor papel y con los mejores adornos. A parte de las imágenes podía tocar ciertos objetos y detalles de la infancia de su bebé. La cajita donde había habido peladillas un día para el bautizo, el nombre y la fecha. Le vino a la mente aquella emoción de cuando entró a la tienda y eligió aquel en cuestión. El dibujo de aquel angelito le recordaba a la cara de Carlos. Fue pasando las hojas una a una a medida que su garganta no dejaba pasar la saliva. Carraspeaba a cada movimiento de mano y a cada fotografía le dedicaba un par de minutos. Cuando llegó a la mitad del libro recordó que no estaba del todo completo. Cuando Carlos cumplió los tres años Sonia empezó a trabajar. Necesitaban dar un empuje a la economía familiar y esa era la mejor forma. Así que entre el trabajo de casa, el de fuera de ella y los fines de semana con la familia, los días le pasaban tan deprisa que dejó olvidado aquel álbum.
Creyó recordar que ya no había más fotos cuando llegó a una donde Carlos posaba disfrazado de vaquero. Pero cual fue su sorpresa que detrás habían más hojas con fotografías, y más y más hojas… Entendió por qué Carlos lo tenía en su habitación. Un día se lo encontraría medio olvidado y decidió completarlo… De las de bebé, pasó a las del colegio, el instituto y luego la universidad. Enganchó entradas de cine, de su primer concierto, unas notas manuscritas con corazones que decidió no leer, un trozo de la corbata de novio de su mejor amigo. Carlos siguió lo que su madre había dejado. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo cuando en la última hoja se sujetaba con cinta adhesiva una fotografía en la que estaban ella y Carlos, no de hacía mucho. Era la única fotografía de la hoja y al lado, en rotulador plateado, un pequeño escrito :
“Gracias mama por ser como eres, por haberme dado todo tu cariño, por haber hecho que en todas estas fotografías salga con una sonrisa en los labios. Gracias por estar ahí en todo momento, gracias por haberme llevado por el buen camino… Te debo tanto, tanto, que jamás sabré cómo recompensar todo ese amor y dedicación que me has tenido”
Sonia no podía dejar de llorar, llorar y llorar. Sonó el teléfono y Sebastián le pasó el auricular. Era Carlos y ella no podía dejar de llorar.
“¿Lo has encontrado? Era una sorpresa que te tenía para Navidad. En fin…, pues nada…, quería acompañarlo con un bonito papel de regalo y con un abrazo…”
- No te preocupes hijo…, así ya me ha valido… Lo único que echo de menos es ese abrazo.
- “Pues no te preocupes… ¿No estamos en fechas navideñas?... “ – Sonia no entendía… Sólo podía asentir con la cabeza… - “¿Y no dicen que en esos días ocurren cosas mágicas?” – Sonia asentía…. “Pues mama…, asómate a la ventana” – Saltó por encima del sofá y se dirigió hacia donde le indicó su hijo. El corazón le latía cada vez más deprisa… ¿Era lo que se imaginaba?... Detrás de aquellos cristales transparentes pudo ver a su hijo sonriendo, con una mano saludando y con la otra colgando… Aquella fue su mejor navidad…
Sonia, mientras veía a su único hijo preparar la maleta, ya se imaginó cómo sería el resto de su vida. Encontraría a una chica americana de su agrado, la cual ella considerará como su propia hija, se irán a vivir juntos y al cabo de un par de años tendrían hijos, los cuales ella apenas vería. Su corazón cada vez se encogía más y más, pero no podía derramar ni una lágrima. Su hijo había conseguido aquello que muchos no habían llegado. Era uno de los mejores, y tenía que aprovechar su potencial.
No recordaba haberlo visto tan entusiasmado, con tantas ganas de vivir, luchar, aprender, ni con aquella bicicleta que le regalaron a los cinco años. Sus ojos brillaban de tal manera que contagiaba de alegría a cualquier persona que anduviera cerca de él, menos a su madre.
Por las noches Sonia se encerraba en su cocina, con la excusa de preparar la comida del día siguiente, y entre cazos y sartenes sus ojos se humedecían… “Es que he pelado cebollas” mentía a la única persona que sabía que era imposible ocultar nada, a esa persona que también el estómago le producía cosquilleo cada vez que sonaba el teléfono de casa y al otro lado del auricular Carlos le decía “Hola papa, ¿cómo estás?”
“Es un niño”… Ya había pasado un par de semanas desde la partida de Carlos y eran vísperas a la navidad. Sonia ojeaba sentada a los pies de la cama de su hijo un antiguo álbum de fotografías. No iba a ir a comer con su hermana como cada año, no se sentía con fuerzas. Era la primera vez que pasaba ese día sin la compañía de su hijo. Al rebuscar entre los cajones y el armario Sonia encontró aquel libro recordatorio. Eran sus primeras fotografías y no sabía cómo había ido a parar a esa habitación. Sus tapas estaban forradas en piel. Eran las primeras instantáneas de su hijo, debía de tenerlas guardadas en un lugar que durara para muchos años, envuelto en el mejor papel y con los mejores adornos. A parte de las imágenes podía tocar ciertos objetos y detalles de la infancia de su bebé. La cajita donde había habido peladillas un día para el bautizo, el nombre y la fecha. Le vino a la mente aquella emoción de cuando entró a la tienda y eligió aquel en cuestión. El dibujo de aquel angelito le recordaba a la cara de Carlos. Fue pasando las hojas una a una a medida que su garganta no dejaba pasar la saliva. Carraspeaba a cada movimiento de mano y a cada fotografía le dedicaba un par de minutos. Cuando llegó a la mitad del libro recordó que no estaba del todo completo. Cuando Carlos cumplió los tres años Sonia empezó a trabajar. Necesitaban dar un empuje a la economía familiar y esa era la mejor forma. Así que entre el trabajo de casa, el de fuera de ella y los fines de semana con la familia, los días le pasaban tan deprisa que dejó olvidado aquel álbum.
Creyó recordar que ya no había más fotos cuando llegó a una donde Carlos posaba disfrazado de vaquero. Pero cual fue su sorpresa que detrás habían más hojas con fotografías, y más y más hojas… Entendió por qué Carlos lo tenía en su habitación. Un día se lo encontraría medio olvidado y decidió completarlo… De las de bebé, pasó a las del colegio, el instituto y luego la universidad. Enganchó entradas de cine, de su primer concierto, unas notas manuscritas con corazones que decidió no leer, un trozo de la corbata de novio de su mejor amigo. Carlos siguió lo que su madre había dejado. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo cuando en la última hoja se sujetaba con cinta adhesiva una fotografía en la que estaban ella y Carlos, no de hacía mucho. Era la única fotografía de la hoja y al lado, en rotulador plateado, un pequeño escrito :
“Gracias mama por ser como eres, por haberme dado todo tu cariño, por haber hecho que en todas estas fotografías salga con una sonrisa en los labios. Gracias por estar ahí en todo momento, gracias por haberme llevado por el buen camino… Te debo tanto, tanto, que jamás sabré cómo recompensar todo ese amor y dedicación que me has tenido”
Sonia no podía dejar de llorar, llorar y llorar. Sonó el teléfono y Sebastián le pasó el auricular. Era Carlos y ella no podía dejar de llorar.
“¿Lo has encontrado? Era una sorpresa que te tenía para Navidad. En fin…, pues nada…, quería acompañarlo con un bonito papel de regalo y con un abrazo…”
- No te preocupes hijo…, así ya me ha valido… Lo único que echo de menos es ese abrazo.
- “Pues no te preocupes… ¿No estamos en fechas navideñas?... “ – Sonia no entendía… Sólo podía asentir con la cabeza… - “¿Y no dicen que en esos días ocurren cosas mágicas?” – Sonia asentía…. “Pues mama…, asómate a la ventana” – Saltó por encima del sofá y se dirigió hacia donde le indicó su hijo. El corazón le latía cada vez más deprisa… ¿Era lo que se imaginaba?... Detrás de aquellos cristales transparentes pudo ver a su hijo sonriendo, con una mano saludando y con la otra colgando… Aquella fue su mejor navidad…
¿Y la tuya?, ¿Te apetece contar tu mejor historia de navidad? manda un correo y la publicaremos tal y como nos lo indiques. sí sólo deseas mandar una carta, para que la Sra. Claus te lea, pero no quieres que se publique, también lo hará con mucho gusto.
8 comentarios:
Que bonita es la navidad, y sus historias... yo podría contar cosas alegres y muchas tristes pero lo dejo para la gente que sabe expresarse mejor que yo...
Un beso
No sé si es por el paso de los años,que cada vez estoy más sensiblona y no he podido dejar escapar unas lagrimillas al leer este precioso relato.Tal vez sea,también,porque en la distancia añoro a la familia que tengo lejos... Pero a pesar de todo ,las navidades son ahora para mí lo mejor, porque mis pequeños me contagian toda su ilusión e inocencia!
Besos,
Aquí estoy con lágrimas en los ojos y cayendo por mis mejillas, que historia más bonita, de verdad, es preciosa! Gracias por hacer que la Navidad sea aún más bonita si cabe!
Petonets Sra. Claus.
Como me has hecho llorar, he recordado mi primera Navidad fuera de casa, estaba recien casada y nos habiamos ido a vivir a Canarias, esa Navidad la pasamos en La Isla de la Palma y yo estaba super triste lejos de mi familia y ver la casa sin decoracion navidena, me parecia horrible,es que alli solo celebran Reyes, y cual sera mi sorpresa que llego un tio de mi esposo y me trae un pino natural que habia ido a cortar al monte y una caja llena de adornitos, no te digo que me arreglo el dia,si no la Navidad completa, de eso ya 19 años y me acuerdo como si fuera hoy, todavia conservo esos adornitos
Un beso
Amalia
Aichhhh como he llorado!! Miedo me dá el día que mis pitufas se hagan mayores y empiecen a salirse del tiesto... Ya me las ingeniaré para que estemos los 4 juntitos sin cortarles las alas...
Un besito enooooorme!!!
La navidad... Cada persona tiene una o varias guardadas en su álbum personal, en el corazón. Algunas tristes, otras mejores, pero sí estoy segura que la mayoría se recuerdan con añoranza.
La historia de Aandara nos demuestra que con poco una navidad puede ser la mejor semana de nuestro año, nuestra vida. Aún recuerda ese momento.
Besos bien grandes y fresquitos
Sra. Claus
Uff qué manera de llorar, me ha emocionado mucho Sra. Claus. Bss
Uffff, madre mía que sensiblera me estoy volviendo debe ser cosa de la edad, pero no dejo de llorar, muy bonita la historia me ha emocionado realmente. Gracias
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