Eran las seis y media de la tarde. Las sillas empezaban a moverse. Era la hora de marchar para casa, pero Javier aún tenía para rato. La reunión con los clientes no fue como esperaban y tenía que dar otro empuje a la campaña en menos de 48 horas. En casa no tenía las herramientas suficientes para trabajar, así que decidió quedarse hasta que terminara. Al fin, nadie le esperaba en casa. Su madre había salido con una amiga para hacer las compras navideñas, nadie más estaría al otro lado de la puerta para darle la bienvenida.
Al levantarse y venirle dicho pensamiento a la cabeza miró por la ventana. Aquella chica de larga cabellera aún seguía en su mesa. No le quitaba el ojo al monitor, tal vez tuviera mucho trabajo, como él. Esa mañana la vio entrar por la puerta, por casualidad. El tren se retrasó y llegó unos minutos tarde. Le pareció raro verla abrir la puerta, después de que él lo hubiera hecho durante cinco años. No pudo evitar mirarle esa cara que le había hecho hacer la locura de plantarse a la misma hora, esperarla, para poder verla. Sus ojos no brillaban como hacía tiempo. Tenía la mirada triste, sin luz. Algo le había pasado y entonces, le creció una intriga dentro de él. Tal vez, si le hubiera abierto él la puerta, al esbozarle una sonrisa de las suyas ella hubiera sonreído. Por su culpa aquella chica entró al trabajo con la mirada decaída… ¿Qué le habría pasado?
Tal vez era la época en la que se encontraban. Él también llegaba a su despacho cada mañana cabizbajo, agotado. No sabía qué le pasaba hasta que aquella mañana, al volver a ver a aquella preciosa mujer, en la puerta, el cosquilleo que unos meses atrás sintió, le volvió otra vez.
Al poco rato, de ir paseando por su despacho de arriba abajo, con un lápiz en la mano, pensado un poco de lo que le ocurrió aquella mañana al verla, un poco de la reunión con los clientes y mirando por la ventana, le vino una idea genial a la cabeza.
Se sentó corriendo en su mesa, abrió el portátil y empezó a teclear como un loco. Lo tenía claro. Cómo se le pudo haber pasado aquello…, tantos años…
No se dio cuenta de que Carol recogió y se marchó. Pasaron más de cinco horas hasta que apagó la luz de su despacho hasta el día siguiente.
Al levantarse y venirle dicho pensamiento a la cabeza miró por la ventana. Aquella chica de larga cabellera aún seguía en su mesa. No le quitaba el ojo al monitor, tal vez tuviera mucho trabajo, como él. Esa mañana la vio entrar por la puerta, por casualidad. El tren se retrasó y llegó unos minutos tarde. Le pareció raro verla abrir la puerta, después de que él lo hubiera hecho durante cinco años. No pudo evitar mirarle esa cara que le había hecho hacer la locura de plantarse a la misma hora, esperarla, para poder verla. Sus ojos no brillaban como hacía tiempo. Tenía la mirada triste, sin luz. Algo le había pasado y entonces, le creció una intriga dentro de él. Tal vez, si le hubiera abierto él la puerta, al esbozarle una sonrisa de las suyas ella hubiera sonreído. Por su culpa aquella chica entró al trabajo con la mirada decaída… ¿Qué le habría pasado?
Tal vez era la época en la que se encontraban. Él también llegaba a su despacho cada mañana cabizbajo, agotado. No sabía qué le pasaba hasta que aquella mañana, al volver a ver a aquella preciosa mujer, en la puerta, el cosquilleo que unos meses atrás sintió, le volvió otra vez.
Al poco rato, de ir paseando por su despacho de arriba abajo, con un lápiz en la mano, pensado un poco de lo que le ocurrió aquella mañana al verla, un poco de la reunión con los clientes y mirando por la ventana, le vino una idea genial a la cabeza.
Se sentó corriendo en su mesa, abrió el portátil y empezó a teclear como un loco. Lo tenía claro. Cómo se le pudo haber pasado aquello…, tantos años…
No se dio cuenta de que Carol recogió y se marchó. Pasaron más de cinco horas hasta que apagó la luz de su despacho hasta el día siguiente.
1 comentarios:
Que linda historia !!!!
Deseo que el se anime a sonreirle la próxima vez que se crucen .
Un beso , cuidese .
Nancy
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